Texto y fotos: Jaciel Villavicencio
En la Mixteca Baja Oaxaqueña, los maromeros son “hombres dioses” que viven en la tierra y suben a las alturas para agradecer a los “dioses mayores” su bondad por las buenas cosechas: maíz, frijol, chile, papa y calabaza. Cuentan los habitantes de la comunidad del Jicaral, que fue fundada de acuerdo con la leyenda: por el Dios del Rayo. Esta comunidad pertenece al municipio de Coicoyán de las Flores, en el distrito de Santiago Juxtlahuaca, la leyenda refiere aquellas personas que fueron elegidas por “los dioses mayores” para espantar la tiricia y hacer más ameno el tránsito en esta vida a través de la música, risa y diversión. El “maromero” es una “persona que da saltos, hace habilidades sobre el trapecio, la cuerda floja, o ejecuta cualesquiera otros ejercicios gimnásticos en los espectáculos públicos”, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española. Sin embargo, en el Jicaral el significado es más profundo porque refiere a un ritual y manifestación lúdica, que se representa en comunidades donde todavía se habla nuestra lengua materna: el mixteco. Cada uno de los pasos y movimientos del maromero guarda un simbolismo que va más allá de la expresión corporal sobre la cuerda o el trapecio, ya que refiere en gran medida a la forma de ver e interpretar el mundo. En la cultura ancestral de nuestros pueblos, los “hombres de las alturas” –son literalmente- los que suben a las nubes para entregar la ofrenda a los dioses de la naturaleza.
EL DIA DE SAN ISIDRO LABRADOR
Antes de tomar el arado y marcar el terreno que a veces resulta inexplotable por la densa vegetación, los del Jicaral se encomiendan a su santo patrono: San Isidro Labrador, a quien la leyenda presenta postrado y orando, al tiempo que los ángeles le asisten con el arado. Desde su llegada a estas “las mejores tierras”, este hombre piadoso del Siglo XI ha caminado armónicamente la ruta que transita el “Dios de la lluvia”.
El “Dios de la lluvia”, San Marcos y San Isidro Labrador forman la trinidad de las buenas cosechas y la abundancia entre nuestras comunidades mixtecas. A ellos dedican su representación teatral y su danza “los hombres con pies de nube”.
Cuando un maromero sube al trapecio o avanza por la cuerda con la agilidad de un tigre de montaña, se sabe facultado para tocar la puerta de entrada a la morada de los “dioses mayores”. Así, con cada minuto que pasa en las alturas, en la ruta del viento, aumentan las posibilidades de congraciarse con los seres que miran desde arriba y que con su aliento hacen madurar las cosechas.
“Se trata de un ritual de los “dioses jóvenes” a los “dioses superiores”, para buscar su protección y bondad para los que viven en esta tierra”, de acuerdo a la poetisa Ofelia Pineda Ortiz.
raka’an xi’n savi (el que habla la palabra de la lluvia) Marcelino Lucas
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En el Jicaral la actuación de los maromeros está precedida del ritual del Pedimento del agua, que el rakaán xi´n savi - “el hombre que habla la palabra de la lluvia”- realiza tres semanas antes en la Piedra de agua. Lo que hagan o dejen de hacer los también llamados “señores de las alturas” será siempre en estricto cumplimiento de interpretación de los sueños del quien tiene el conocimiento de la lluvia: Marcelino Lucas.
El día indicado para hablar con el “Dios de la lluvia” es el 25 de abril, durante la celebración a San Marcos Evangelista. Se trata de una larga jornada de ayuno para mujeres, ancianos, niños y adultos. En esta fecha de purificación el raka’an xi’n savi, levantará un altar de tres niveles (la divinidad, el inframundo y la vida terrenal) frente a la piedra incrustada en el árbol. Colocará veladoras, velas, huevos y guirnaldas (de flores color de rosa, guinda y blancas). A veces sentado, de pie o hincado alentará un monólogo (mezcla de silencios y ronroneo) que concluirá hasta que el sol haya desaparecido en la última frontera de las sombras.
Esa misma noche, el “Dios de la lluvia” enviará su mensaje de nubes y relámpagos, que en una carrera precipitada pasarán sobre los inmóviles pliegues de la montaña hasta convertirse en resplandores atemporales y lejanos. Entonces, ensimismado, con la mirada clavada en la piedra bañada de sangre animal y el cuerpo en trance, el raka’an xi’n savi descifrará los códigos celestiales que darán los detalles sobre como viene el año: “con agua” o “con secas”.
Sólo a partir de este acontecimiento se intensificarán los preparativos para la fiesta de la que todos los habitantes han venido hablando en las casas, patios, lugares de trabajo y en la explanada de la comunidad.
Los maromeros, señores de las alturas
Los maromeros son artistas del pueblo, los amos y señores de las alturas, los pies ligeros sobre la cuerda. Ellos son la extensión viva de un pasado glorioso y, al mismo tiempo, la parte más colorida en la tradición de un pueblo.
En el Jicaral la compañía de maromeros está integrada por seis personas, algunas de ellas con más de veinte años de participar ininterrumpidamente en la fiesta de San Isidro Labrador. Aunque sucede también, que por invitación de las autoridades y mayordomos, se unen al grupo artistas de otras comunidades.
Las habilidades para mantener el equilibrio y poder bailar en las alturas, así como los diálogos y versos que se expresan durante el espectáculo han sido aprendidos de otros maromeros, con los cuales ha existido un vínculo familiar, según cuenta el maromero mayor, Aurelio Pineda Ortiz, quien muy de mañana y desde que era joven, él y su cuadrilla se han encargado de armar el escenario donde se llevará a cabo la presentación.
El maromero mayor se encarga de la supervisión de cada uno de los detalles: que los trapecios y tijeras estén colocados simétricamente uno al lado del otro, que la cuerda horizontal se mantenga bien ajustada para facilitar las evoluciones: giros, saltos y desplazamientos. Es también quien da las indicaciones al momento de sujetar la larga y gruesa vara de bambú, que sirve para mantener el equilibrio durante el recorrido.
Pineda Ortiz promueve que en el equipo exista un buen ambiente e incluso bromea en “mixteco” con sus colaboradores, pero siempre con respeto. Es inflexible en el cumplimiento de una regla no escrita entre los maromeros: ninguno puede tomar aguardiente o alguna otra bebida embriagante antes de subir a la cuerda o al trapecio.
En el Jicaral la actuación de los maromeros está precedida del ritual del Pedimento del agua, que el rakaán xi´n savi - “el hombre que habla la palabra de la lluvia”- realiza tres semanas antes en la Piedra de agua. Lo que hagan o dejen de hacer los también llamados “señores de las alturas” será siempre en estricto cumplimiento de interpretación de los sueños del quien tiene el conocimiento de la lluvia: Marcelino Lucas.
El día indicado para hablar con el “Dios de la lluvia” es el 25 de abril, durante la celebración a San Marcos Evangelista. Se trata de una larga jornada de ayuno para mujeres, ancianos, niños y adultos. En esta fecha de purificación el raka’an xi’n savi, levantará un altar de tres niveles (la divinidad, el inframundo y la vida terrenal) frente a la piedra incrustada en el árbol. Colocará veladoras, velas, huevos y guirnaldas (de flores color de rosa, guinda y blancas). A veces sentado, de pie o hincado alentará un monólogo (mezcla de silencios y ronroneo) que concluirá hasta que el sol haya desaparecido en la última frontera de las sombras.
Esa misma noche, el “Dios de la lluvia” enviará su mensaje de nubes y relámpagos, que en una carrera precipitada pasarán sobre los inmóviles pliegues de la montaña hasta convertirse en resplandores atemporales y lejanos. Entonces, ensimismado, con la mirada clavada en la piedra bañada de sangre animal y el cuerpo en trance, el raka’an xi’n savi descifrará los códigos celestiales que darán los detalles sobre como viene el año: “con agua” o “con secas”.
Sólo a partir de este acontecimiento se intensificarán los preparativos para la fiesta de la que todos los habitantes han venido hablando en las casas, patios, lugares de trabajo y en la explanada de la comunidad.
Los maromeros, señores de las alturas
Los maromeros son artistas del pueblo, los amos y señores de las alturas, los pies ligeros sobre la cuerda. Ellos son la extensión viva de un pasado glorioso y, al mismo tiempo, la parte más colorida en la tradición de un pueblo.
En el Jicaral la compañía de maromeros está integrada por seis personas, algunas de ellas con más de veinte años de participar ininterrumpidamente en la fiesta de San Isidro Labrador. Aunque sucede también, que por invitación de las autoridades y mayordomos, se unen al grupo artistas de otras comunidades.
Las habilidades para mantener el equilibrio y poder bailar en las alturas, así como los diálogos y versos que se expresan durante el espectáculo han sido aprendidos de otros maromeros, con los cuales ha existido un vínculo familiar, según cuenta el maromero mayor, Aurelio Pineda Ortiz, quien muy de mañana y desde que era joven, él y su cuadrilla se han encargado de armar el escenario donde se llevará a cabo la presentación.
El maromero mayor se encarga de la supervisión de cada uno de los detalles: que los trapecios y tijeras estén colocados simétricamente uno al lado del otro, que la cuerda horizontal se mantenga bien ajustada para facilitar las evoluciones: giros, saltos y desplazamientos. Es también quien da las indicaciones al momento de sujetar la larga y gruesa vara de bambú, que sirve para mantener el equilibrio durante el recorrido.
Pineda Ortiz promueve que en el equipo exista un buen ambiente e incluso bromea en “mixteco” con sus colaboradores, pero siempre con respeto. Es inflexible en el cumplimiento de una regla no escrita entre los maromeros: ninguno puede tomar aguardiente o alguna otra bebida embriagante antes de subir a la cuerda o al trapecio.
UNA FECHA ESPERADA
Cuando llega el 15 de mayo, se anuncia con música de banda el inicio de la gran fiesta campesina. En el Jicaral es el día en que los maromeros, los “hombres dioses”, “señores de las alturas”, “hombres con pies de nube”, se disfrazan de mujer con enaguas de color rojo y guinda, rebosos terciados y blusas blancas bordadas para congraciarse con los “dioses superiores”, para tenerlos contentos y a gusto, y, de esta manera, garantizar que la siembra se llevará a cabo sin contratiempos, que el agua para regar la tierra será suficiente y las cosechas abundantes para alimentar a todo el pueblo.
En cumplimiento a los “usos y costumbres”, los maromeros se dirigen a la Agencia Municipal para dar los “parabienes” a las autoridades y ancianos de la comunidad y, al mismo tiempo, solicitar el permiso correspondiente para llevar a cabo sus acrobacias.
Poco a poco el corredor de la Agencia se va llenando de miradas inquietas y traviesas de niñas y niños, y también de mujeres de expresión serena, quienes desde ese momento ya no se desprenderán de los artistas y los seguirán durante su recorrido.
Cubiertos los rostros con paliacates y sombrero, los maromeros se internan por un estrecho camino de difícil andar, circundado por pendientes pronunciadas y barrancas profundas, marcadas a la distancia por rocas blanquecinas. Una vez alcanzado el claro de tierra amarilla donde se encuentra el escenario que ellos mismos han armado pacientemente, darán inicio a la representación que toda la comunidad ha estado esperando pacientemente. Una ovación ensordecedora, alienta el movimiento de manos y pie
El “son de los maromeros” marca el inicio del espectáculo y responde el eco de la montaña con su música. Entonces, el más joven de la cuadrilla inicia el ritual y el juego de la cuerda. Sube y camina reconociendo su espacio de trabajo. Después regresa, tan erguido como se ha ido. Mientras, colocado debajo de uno de los postes el maromero mayor comienza a decir versos para motivar al público.
Todo sucede en las alturas. El maromero se hinca en forma ceremoniosa, se levanta y comienza a bailar al compás de la música. Lo intenta sólo con un pie, avanza sobre la cuerda y la línea del tiempo de la gran tradición artística de los mixtecos. Miradas atentas y absoluto silencio. Da tres saltos seguidos y se detiene. Dos giros, otro salto y el artista concluye su evolución. Es el primero de seis y cada uno seguirá una rutina diferente.
Hay un momento climático en el Teatro Indígena donde los “hombres dioses” construyen su discurso a través de la metáfora. Uno de los actores simula ser un gato hambriento y quiere comerse a un gallo (el emplumado es de verdad y lo lleva otro maromero entre sus manos). Tras varios intentos fallidos, el felino agazapado logra atraparlo luego de un salto espectacular. Le entierra los colmillos y con una mordida desprende el pescuezo. La sangre caliente y el olor de la choquía golpean su cara. Con el trozo de carne en el hocico, el felino se va saltando sobre la cuerda y celebrando cínicamente su osadía. El gallo anuncia desesperado su agonía con un aleteo intenso y seco, que lentamente va desapareciendo. El último aliento y el animal está muerto. En el piso se dibuja un sol rojizo de diminutos puntos. El gato intenta huir pero es capturado y castigado severamente. Así termina este episodio en la cuerda fija.
Se comenta que el sacrificio del gallo lleva implícita una ofrenda que hacen a los dioses por la generosidad que han tenido con la comunidad, al proporcionarle buenas cosechas, por lo que a manera de presente, la sangre que emana cuando se le desprende el pescuezo se ofrece a los dioses supremos en gratitud.
Ya sentados en el suelo, en los bordes o donde se pueda, los asistentes miran con atención cada uno de los movimientos acrobáticos. De acuerdo a la creencia de la comunidad del Jicaral, durante la presentación de los maromeros, niños y mujeres tienen prohibido cruzarse debajo de los trapecios o la cuerda; de hacerlo, algo podría salir mal en la actuación, algún "hombre de las alturas" podría caer y lastimarse.
Después de la escena del gato, que provoca reacciones encontradas entre los asistentes, viene la última parte del espectáculo y la de mayor riesgo: la ejecución en el trapecio.
Con facilidad los maromeros suben y se enredan entre las cuerdas. Sentados en los trapecios inician un vaivén que dura una eternidad. Repentinamente, doblan las piernas y dejan caer sus cuerpos al vacío. El balanceó toma mayor fuerza y viene el impulso que les permite sujetarse del otro trapecio. Durante varios minutos realizan acrobacias con gran precisión en las alturas. Hay gritos de asombro e incertidumbre, emoción y nervios. Es la parte más breve, pero intensa.
Con aplausos y música festiva se premia el esfuerzo de los “hombres dioses” en su gran esfuerzo por agradar a los “dioses superiores”. Un último lance y todo habrá terminado. Los maromeros descienden, levantan los brazos y su público los aclama. El maestro de la banda ordena una “Diana”. Se escuchan nuevamente los aplausos. Todo ha salido bien en la representación, se ha cumplido la palabra. La población del Jicaral está de fiesta: música, cohetes y palabras efusivas en “mixteco” fortalecen a la comunidad. Es una celebración ancestral en honor al “Dios de la lluvia” y un motivo para venerar a San Isidro Labrador, su santo patrono, a través de la continuidad de arte supremo de los maromeros, una tradición comunitaria y familiar del circo campesino que sigue vivo en los pueblos de la Mixteca.
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